Aprovechando una conjunción astral, lo que en mi caso
significa poder conciliar la fotografía con la vida familiar y con condiciones
meteorológicas óptimas, me tiré de la cama (como quien se tira a una piscina)
el sábado pasado a eso de las 5:30 de la mañana. He reconocer que cada día me
cuesta más madrugar y sólo disfruto de veras de ello estando en la montaña
dentro de mi saco. Esta vez no era el caso y el calor y comodidad de mi cama me
lo ponían verdaderamente complicado. Una vez hecho lo más difícil de todo el
proceso por el que hay que pasar para conseguir una buena foto, es decir,
llevar mi tronco de la posición horizontal a la vertical, ya todo fue casi
coser y cantar, y digo casi.
A las 7:00 aparcaba en el puerto de Navacerrada, con sólo
dos vehículos haciéndome compañía. Cada día es más raro que se den varios días
de nieve seguidos por un día soleado con frío y que éste coincida en fin de
semana, así que era obligado lanzarse a la aventura aunque fuera sin nada en
mente más allá de lo que ya conocía del lugar que pensaba visitar: la pradera
que se extiende antes iniciar la subida a Siete Picos, en mi querida sierra de
Guadarrama. Este lugar, como ya he comentado en entradas anteriores, es óptimo
para capturar una estrella solar, pero sólo es posible durante el invierno, ya
que durante el resto del año el sol queda oculto tras La Maliciosa.
Comencé a andar a la luz de la frontal haciendo uso de
raquetas ya desde el primer momento. Si por lo menos volvía con las manos
vacías (léase tarjeta vacía) me llevaría a casa el disfrute de una ruta con
raquetas sobre nieve en polvo recién caída siendo testigo de las primeras luces
del día. En eso pensaba para mis adentros mientras miraba el reloj y me abría
paso sobre la nieve mientras la oscuridad y los espíritus susurrantes del
bosque eran mi única compañía.
Fue complicado, a pesar de conocerme el sitio, encontrar el
camino por la gran cantidad de nieve caída, tanto que me pasé sin darme cuenta
el desvío deseado. El camino no me resultaba del todo familiar y cuando quise
darme cuenta de donde estaba tuve que atajar por una ladera para encontrar
finalmente el camino que tenía que haber tomado desde el principio pero en
dirección de vuelta. Llegué al sitio deseado muy justo de tiempo para buscar y
trabajar una composición, hacía un frío infernal y las ráfagas de viento
barrían la nieve en polvo aquí y allá. Se juntaban el disfrute, por ser el
único testigo de un paisaje irreal y maravilloso a los ojos, con la incomodidad
y dolor del frío penetrando hacía mis extremidades como flechas afiladas.
No disponía de mucho tiempo. Tras de mi la luz rosada ya
bañaba la ladera de la montaña. No dejaban de llamarme la atención las formas
heladas de piorno que a duras penas asomaban en la nieve y decidí que podrían
constituir un buen primer plano. Dicho y hecho, en pocos minutos me aposté
cerca de uno que creí suficientemente fotogénico y al instante los primeros
rayos de sol empezaron a asomar. No era una situación para polarizadores o
filtros degradados neutros, pues quería evitar al máximo todo flare indeseado.
Tras varias decenas de tomas, algunas de ellas tapando el sol con el dedo, ya
tenía material para lo que pensaba podría ser una foto llamativa de aquella
mañana.
El viento seguía barriendo la nieve a mi alrededor y en la
distancia se podían ver cortinas de nieve en polvo saltando al vacío iluminadas
por un sol a contraluz, todo un espectáculo que no fui capaz de inmortalizar
como me hubiera gustado. Sobre las 10:00 se empezaron a ver los primeros
excursionistas y con más frío en el cuerpo del que me hubiera gustado decidí
que era buen momento para regresar. La luz ya había perdido esa calidez que la
hacía tan fotogénica y especial y un suave velo de nubes reducía sobremanera su
contraste restando fuerza al blanco paisaje. Cuando llegue al coche éste
marcaba -5ºC al sol, quiero pensar que arriba seguramente habría estado a unos
-15ºC de sensación térmica. Ya en el coche, bajando el puerto me cruzaba con
una fila interminable de coches parados que intentaban llegar como buenamente
podían a su ansiado destino sin ser conscientes del "lleno"
monumental que les esperaba. A veces me pregunto si la especie humana es tan
inteligente como nos creemos.